Escapar de nuestro tiempo

Hace ya unas cuantas semanas que me pregunto por qué empecé a disparar fotografía analógica. Con lo adicto a las tecnologías que he sido yo siempre, cosa medianamente normal y habitual en la gente de mi edad (entre dieciocho y veinticinco años), somos gente que hemos nacido rodeados de aparatos electrónicos y hemos sido criados con la sensación de que todo puede ser recibido al instante o en un período de tiempo muy corto comparado con nuestros padres, o las generaciones anteriores a la nuestra.

Yo, que he vivido desde mi adolescencia teniendo el móvil en silencio, pero comprobando cada dos por tres si había algún mensaje al que contestar, alguna novedad sobre la que centrarme y quedarme absorto durante dos horas, buscando vídeos por YouTube para no comer sin distracciones, buscando la necesidad de lo inmediato e instantáneo con tal de generarme algún pensamiento banal e inservible que me distraiga del agobio de vida que llevamos por vivir en este preciso momento de la línea temporal de la humanidad. Sonará ridículo para algunas personas, pero creo que es precisamente por eso.

Porque a mí, y a toda la gente a la que he preguntado para contrastar si mi sensación era única, nos salva y sirve como terapia la fotografía analógica. Para algunos, como a mi amigo Víctor, les ha servido para tener un tema más de conversación y momentos que compartir con su abuelo, o para conectar con la naturaleza, como a Alba, que se escapa cada fin de semana a la sierra de Madrid a caminar entre senderos con su point and shoot y un par de carretes caducados, esperando encontrar lo que no se ve a simple vista una vez revele dichos carretes.

A mi amiga Ainhoa, por ejemplo, le ha servido como vía de escape, y cuando tiene períodos de estrés, pilla su cámara y se pierde por la ciudad haciendo fotografía urbana. Valle me contó que le aporta satisfacción cuando revela carretes y encuentra fotos de momentos de los que había casi olvidado el recuerdo, además de ayudarle a pararse a pensar qué fotogramas de la vida merece más la pena tener en un negativo.

Y a mí… bueno, a mí me provoca muchas emociones. Desde que empecé con episodios fuertes de ansiedad he tenido mucha necesidad de encontrar algo que me transporte a otra época, a otro lugar, a otro sitio, para poder centrar la cabeza de nuevo y continuar con mi vida. Hay días que me cuesta Dios y ayuda salir de la cama, no me apetece enfrentarme al mundo, y mi cámara me hace a la vez de escudo y espada contra los males de la rutina de un estudiante promedio. Tuve la suerte de encontrarme con lo que ahora es una de mis grandes pasiones, que además me aporta vida social y ver la vida de una manera que antes no veía.

Me sirve también para sacar la belleza extraordinaria escondida en lo ordinario, conseguir sacar esa “mirada de fotógrafo” de la que tanto he oído hablar y nunca me creía hasta que empecé a tirar fotos yo mismo. Por ejemplo, cuando me llevo la cámara a quedadas con amigos. Véase en este caso a uno de ellos echándose tranquilamente un cigarro después de comer en el chalet abandonado de mis abuelos. Quizá parezca una foto normal y corriente, pero si hubiese sido tomada con el móvil o una cámara digital habría pasado a ser uno más de los descartes de la tarde.

 En cambio, al menos para mí, tiene algo especial, me hace recordar cómo surgió el acabar comiendo allí, la buena temperatura que hacía aquel día, el paseo que nos dimos por el pueblo y demás sensaciones que sí recuerdas de un momento en específico son una clara señal de que te lo pasaste bien, y disfrutaste, aunque fuese por un rato. Y quizá sea yo y este “flechazo a primer carrete” que sufrí por las cámaras analógicas y todo lo que ello conlleva, pero estoy casi seguro de que, con una cámara mucho más moderna y sofisticada, no ocurriría. Igual soy yo, que amo el sentir que vivo en otra época y me despreocupo durante un rato de la vida mundana, centrándome en visualizarla a través de un visor antiguo, que no pertenece a las cosas con las que me he criado.

Quién sabe, igual a la gente con la que he charlado para hacer este pequeño artículo nos ha tocado la lotería en cierto modo y somos parte de un grupo selecto de gente que ve las cosas con otra perspectiva, aunque en el fondo sé que no y hay mucha más gente joven disfrutando con la misma pasión con la que la gente que he nombrado y un servidor lo hacemos, lo que pasa que aún no nos hemos cruzado. Porque en el fondo, todo es saber cómo tomarse las cosas. A veces juego conmigo mismo a ver cuántos lugares encuentro para hacer una foto en analógico mientras voy en bus, porque, al menos para mí y la gente con la que comparto esta pasión por este arte en concreto, nos sirve para eso, dejar volar los pájaros de nuestra cabeza por un rato, cruzar un portal imaginario y brevemente, escapar de nuestro tiempo.

Tras esta pequeña reflexión y primera parte de lo que espero que sea un añadido más a mi vida, escribir pequeños artículos, me despido, que se me va la luz, y el otro día pasé al lado de un poste eléctrico que merecía una pausa, un vistazo algo más profundo, y a lo mejor un negativo de película Vision 3 250D, que es el que tengo montado ahora mismo.

Héctor Rubio Galeano

Soy un chico nacido en 2001, de Madrid, al que le apasiona cualquier forma de arte, principalmente fotografía, música y poesía. Escribo y tiro fotos en mis ratos libres.

https://www.instagram.com/hacher.35.mm/
Anterior
Anterior

Experimentar con revelador casero #1: Comparativa de precio revelador casero vs revelador industrial

Siguiente
Siguiente

Por qué ‘Mujeres Fotógrafas’