¿Fotógrafo o modelo? Del selfie al estudio
Como chaval de los noventa, he vivido de primera mano la explosión de las redes sociales, la democratización de la imagen gracias a los smartphones y la gran difusión a la que llegan las mismas a través de cada una de nuestras redes sociales.
Todos tenemos una caja en casa con fotos escritas por detrás a boli, de un tío o un abuelo, que la enviaba por correo a su hermano, su madre o cualquier otro ser querido.
Nosotros no. Nosotros hemos estandarizado el publicar y no el enviar. Lo habitual antes hubiese sido sacar tu cámara en ese viaje que has hecho al pueblo de la tía Juana, hacer una foto con los primos y que, de las que salgan del rollo, la que te guste, pero no mucho, como para regalarla y que no duela, enviársela a quien quieras.
Así después del boom que supuso Tuenti, donde aprendimos qué contenido no hay que subir. ¡Y gracias a Dios que cerraron esa red! Llegamos a una madurez en Instagram. Donde ahora ya ni la imagen estática es la protagonista, si no los reels (influencia de TikTok) y que en una publicación, como bien se encargan las Kardashian de enseñarnos, no se puede dejar nada al azar. Una publicación tiene que tener una calidad; una foto de tu perro bajando a la calle a hacer pis, es una story, no un post.
A quien nos gusta la fotografía, y pensamos que tenemos algo de ojo, le sonará esta situación:
- “Carlos, hazme una foto chula aquí, que me gusta la luz que hay”
- “Claro, dame el móvil”
Posando cual artista, fingiendo una expresión que no es tuya y metiendo barriga, soñando con la imagen que tú sacarías con esa luz ideal.
Te devuelven el teléfono y ves la birria desencuadrara y desenfocada y casi deforme, que te han sacado y dices: “Gracias Carlos, qué bonita, luego la publico”, con cara de circunstancias.
De esta manera, a base de fotos que me hacen y no me gustan, decido tomar las riendas de la situación. Ser fotógrafo y modelo a la vez. Diseñar la foto; el encuadre, la exposición, la luz, el fondo, la pose… En fin, todo. Pero, en 10 segundos de temporizador que tiene mi cámara, es difícil darle al botón, salir corriendo, ubicarte y tomar la expresión y pose que quieres retratar. Llega la hora de pedir a alguien que sea tu disparador automático; pides a otro que sea “el fotógrafo”.
Ahora, es cuando yo me planteo la duda: ¿Estoy tomando un selfie? ¿Es esto un autorretrato? Técnicamente, no, pero… ¿Es un cuadro de la escuela de Rafael menos suyo, porque le hayan hecho partes gente su taller?
Yo, por mi parte, os dejo una serie de fotografías, que considero selfies, pero que no fueron disparadas por mí.
Puede que te parezca pura vanidad, pero ¿qué son, si no, el 99% de las cuentas en Instagram? Y más importante aún, ¿cuántos fotógrafos profesionales ganan dinero de alimentar estas cuentas?
¿Qué opinas tú? ¿Qué soluciones tienes para esto? ¿Te sientes identificado? Quiero saberlo todo. Deja tus comentarios abajo que seguro hay cosas que quieres compartir.