Verosimilitud, el gran problema de la fotografía*
Desde sus inicios, la fotografía ha sorprendido por su verosimilitud, es decir, por su apariencia tan cercana a la realidad. Y justamente esa capacidad nos ha acostumbrado a asignarle a la imagen fotográfica un valor de credibilidad que en estos tiempos se puede tornar bastante peligroso.
Espejo con memoria, ya le decían al daguerrotipo, porque reflejaba la realidad con asombrosa exactitud. Y por ese realismo propio de la imagen fotográfica, nuestro cerebro está acostumbrado a aceptar que lo que muestra fue verdad. Más aún, incluso al expresarnos salteamos todos los pasos de interpretación que automáticamente hacemos al ver una fotografía. Si nos muestran la foto de, por ejemplo, un reloj, y nos preguntan qué vemos, diremos "un reloj". Y realmente no estamos viendo un reloj, sino un pedazo de papel (o en estos tiempos, más comúnmente una pantalla). Y sobre ese soporte, unas tintas de colores, granos de plata de diferentes tonos de gris, o luces de colores, dispuestos de tal manera, que forman una imagen que nos recuerda demasiado a un reloj. Y aun sabiendo todo esto, nuestra respuesta será "un reloj".
Pero si bien podemos ser conscientes de esta simplificación, también asumimos que en algún momento hubo un reloj de verdad delante de la cámara. Y esa imagen es prueba suficiente de ello. ¿Pero es esto necesariamente cierto?
Verosimilitud en la fotografía analógica
Con la fotografía analógica es muy difícil construir una imagen partiendo de la nada, haciendo que cada haluro de plata se ennegrezca a un tono elegido en forma individual (difícil pero no imposible). Por eso asumimos que algo real había del otro lado de la cámara al momento del disparo, y nos acostumbramos a darle peso de verdad a una fotografía.
Como escribió Roland Barthes: “Llamo “referente fotográfico” no a la cosa facultativamente real a la que remite una imagen o un signo, sino a la cosa necesariamente real que ha sido colocada ante el objetivo y sin la cual no habría fotografía. […] nunca puedo negar en la fotografía que la cosa haya estado allí.” (Barthes, La cámara lúcida). Con esa base entiende a la fotografía como huella, como índice de una realidad. Y así define al noema de la fotografía como "esto ha sido", sellando esa noción de evidencia de que eso que vemos en la imagen, alguna vez existió.
Pero sabemos que incluso así hay una gran distancia entre que haya habido algo real delante de la cámara, a que la imagen fotográfica represente alguna evidencia de la realidad. Ya Joan Fontcuberta nos lo viene advirtiendo desde hace décadas: “Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Contra lo que nos han inculcado, contra lo que solemos pensar, la fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Pero lo importante no es esa mentira inevitable, lo importante es cómo la usa el fotógrafo, a qué intenciones sirve. Lo importante, en suma, es el control ejercido por el fotógrafo para imponer una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad (...) (Fontcuberta, 1997).
Con muchos de sus trabajos, como "Sputnik" o "Fauna", por solo mencionar un par, Fontcuberta nos exhorta a dudar, a ejercer un cuestionamiento crítico acerca de la relación entre la imagen fotográfica y la realidad que pudo darle origen. En ellos nos narra a través de fotografías, historias que nunca existieron. El noema de Barthes "esto ha sido" se pone en duda. "Algo ha sido" puesto delante de la cámara, es cierto, pero no exactamente lo que interpretamos.
Verosimilitud en la fotografía digital
El advenimiento de la fotografía digital, y, sobre todo, las aplicaciones de edición de imágenes, facilitaron radicalmente la alteración de las fotografías, lo que podría haber supuesto un fuerte escepticismo acerca del peso de evidencia de una foto. Sin embargo, la verosimilitud sigue prevaleciendo y aceptamos crédulamente su veracidad, al menos en primera instancia, a no ser que encontremos indicios de cierta falsedad o incongruencia. Incluso nos sentimos engañados cuando descubrimos cielos cambiados, elementos eliminados u otro tipo de alteración que mantenga su apariencia de verdad. Sin embargo, podemos admirar sin problemas una imagen que haya sido tan modificada que no quede dudas que ya no tiene ese vínculo con la realidad, entrando en el mundo de la fantasía.
Verosimilitud en la imagen sintética
Ahora estamos entrando en una era en la que, gracias a la inteligencia artificial, se están desarrollando aplicaciones como Dall-e 2, que son capaces de generar imágenes sintéticas con una verosimilitud tal, que llegan a ser realmente indistinguibles de una fotografía real. Estamos hablando de ilustraciones que nos muestran escenas que nunca pudieron estar frente a una cámara simplemente porque nunca sucedieron (aunque para generarlas, la inteligencia artificial tuvo que previamente haber aprendido alimentándose de fotografías reales). Sin embargo, no tenemos elementos para determinar su falsedad.
Es que una imagen digital no es más que una secuencia de números. Y esos números los puede completar una cámara en base a los valores de luz captados por un sensor, una inteligencia artificial, o uno mismo, poniendo un valor numérico a mano en cada celda...
Y ninguna imagen es más o menos verdadera que la otra. Justamente porque debemos comprender que una imagen no puede ser verdadera o falsa. Haya habido una realidad fotografiada o no, una imagen es sólo una imagen. Claro que es el autor (ya no me atrevo a escribir "fotógrafo”) el que puede mentir con una imagen, si asegurase un origen que no fuese cierto. Pero la imagen en sí misma seguirá siendo inocente.
Estas imágenes sintéticas tan realistas pueden acarrear varios dilemas. ¿Desaparecerá la fotografía tal como la conocemos? ¿Seguirá siendo necesario cargar con una cámara cuando se puede generar una imagen cómodamente sentado frente a una computadora? Pues me parecen las mismas preguntas que los pintores se hicieron cuando surgió la fotografía. ¿Para qué hacer un retrato a pincel si sale mejor y más rápido con una cámara? Y la pintura no murió, de alguna forma reaccionó y surgieron estilos que no trataron de imitar fielmente la realidad.
Las imágenes sintéticas tendrán su aplicación, ocuparán su espacio. Y la fotografía también deberá reaccionar y reinventarse como medio de expresión para ocupar el suyo. Hasta podría seguir siendo válido continuar con el tipo de fotografía que conocemos, sólo por disfrutar del proceso de hacer una foto, incluso con métodos ya arcaicos como la película y los químicos. Habrá consumidores de imágenes obtenidas artificialmente, y habrá también quien prefiera colgar en su pared el producto obtenido por efectos de la luz, aunque las primeras pudieran ser más económicas. Sin desmerecer para nada a la imagen sintética y su creador, que también habrá que desarrollar habilidades para instruir al algoritmo para que genere la imagen deseada.
¿Y acerca del valor documental de una fotografía? ¿Se perdería por completo? La premisa de Fontcuberta “Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera” ahora toma una nueva dimensión. El noema de Barthes ya no tiene aplicación, no podemos inferir que “esto ha sido”. De hecho, hay quienes pretenden prohibir este tipo de tecnologías, alegando que pueden utilizarse para transmitir una realidad inexistente y utilizarse como falsas pruebas con fines ilícitos o al menos inescrupulosos.
Pero en realidad, somos nosotros los que finalmente tenemos que aprender que una imagen puede no ser prueba de nada. ¿Entonces ya no podremos creer en nada? En realidad, no podremos hacer como Descartes y aferrarnos a una verdad absoluta. Solo seguiremos eligiendo en qué imágenes creer. Después de todo, nuestra propia interpretación de la realidad no es más que una construcción...
*: El artículo original puede verse en Las nueve musas