Anatomía
Ellas hablan, nos definen sin palabras. Sus gestos, su textura y movimientos.
Limpias, sucias; grandes o pequeñas, delicadas y robustas.
Bonitas y feas, enfermas, sedosas, ásperas. Las hay carentes, ausentes y mutiladas. Atrofiadas.
Cuentan de nosotras: nerviosas, inquietas, lánguidas; tapadas, escondidas, decoradas. Cercanas e invasivas, peligrosas.
Producen, fabrican cosas. También las destruyen. Son artistas: moldean o dibujan, diosas de la escritura con pluma y la orfebrería.
Rasguean y puntean melodías, hacen las cosas rodar.
Se alzan en protesta, se levantan por victoria y palmean por ovación.
Suben para pedir la cuenta y chasquean.
Se enguantan. Esposadas por otras como ellas, desposadas sin alianza.
Su composición epitelial es especial, no enferma casi nunca.
Teclean y presionan. Anudan cabos y los puños de las camisas.
Pasan página.
Dan calor, cariño y amor. A veces eternamente frías. A veces sólo al tacto, a veces en todos los sentidos.
Nos salvan. Se esconden ante el frío y la timidez pero nos protegen de manera innata.
Son dos caras de la misma moneda: carta de presentación en el anverso y parte pragmática en su revés.
Sudan por desregulación y se hinchan por calor.
Poderosas, armas de dañar, de matar. Maltratan, deforman, golpean. Perturban y mancillan. Las más indeseables.
Disparan, balas o cosas bonitas.
Demuestran el afecto hacia otras personas cuando las usamos con cariño y sabiduría, también hacia el propio ser. Tocan, agarran, arañan; pellizcan, entran y salen. Amasan, se lamen, se frotan. Recorren curvas, las del resto de tu cuerpo. Desembragan y aceleran.
Se entregan, buscan a escondidas y nos guían en la oscuridad.
Se abrazan entre ellas y se entrelazan con otras. Por amor, necesidad o supervivencia.
Buscan a tientas el pecho que les dará de comer.
Las hay con nombre propio y las que ruegan a los dioses o energías.
Señalan como indicativo, señalan con acusación y señalan por invitación.
Jugamos, las grandes y los pequeños, nos inventamos cosas y creamos extraterrestres.
Abren cosas todo el rato.
Agarran objetos muy pequeños y lo que ocupe toda su envergadura, incluso más; sostienen equilibradamente.
Sus apéndices articulados hacen de colgadores y de escaparates que nos etiquetan.
Piden socorro.
Empujan, arrastran, salpican, nos impulsan.
Se arrugan, marcan nuestra edad y los contratiempos de la vida.
Con callos, sabañones, endurecidas, doloridas.
Nos consuelan, arropan a bebés y a más mayores.
Tienen a su disposición 27 huesos y 58 movimientos diferentes. Hay una fuerza increíble en ellas, también pueden ser ágiles, rápidas, escurridizas.
Están marcadas con tu firma, la única que tienes de verdad, no engañan.
Herramientas productivas, montan y desmontan, doblan y pliegan. Suben y retiran anteojos.
Podemos leer la historia de nuestra vida, lo que está predeterminado y lo que llegaremos a conseguir, con lo que nacimos y con lo que moriremos.
Nos trenzan el pelo, nos asean, nos dan de comer y nos lavan los dientes en mañanas improvisadas.
Nos atan los zapatos y nos abanican a falta de aventador. Aplauden para personas sordas.
Indican cuánto polvo hay en la estantería.
Nos rascan y hieren, a veces indisociablemente.
Están diseñadas a nuestra imagen y semejanza, áureamente.
A ellas, nuestras manos.
Fotografía y texto de Gloria Planells.