El tiempo analógico
Mi camino en el mundo de la fotografía comenzó oficialmente en el año 1993 y puedo asegurar que poco de lo que ahora sucede estaba en mi imaginación, además, tenía 19 años y por aquella época mi imaginación se alojaba en mundos internos, lejanos, algo oscuros y melancólicos. Y no reparaba demasiado en el futuro.
Quiero decir, mi camino en el mundo de la fotografía comenzó en tiempos analógicos, sin móviles y sin internet. La fotografía tenía otras divisiones (siempre las hay en el soporífero mundo binario) pero el film y lo analógico eran comunes a todas.
Quiero decir, aprendí dentro de “ese tiempo analógico”, conviviendo con horas infinitas de laboratorio en las que me sumergía feliz -en parte para evadir el mundo exterior y en otra para conectar conmigo misma-, con las cuentas mentales de sobre y subexposiciones más, la eterna espera (cualquier espera es eterna) del revelado.
Confieso que no hay cómo ver aparecer, lentamente, una imagen en la cubeta roja del revelador. Son segundos en los que se renueva la creencia en las magias. ¡Y ese olor! ¡Y esa luz amarillo ámbar! (¡aunque también soy de la época de la luz roja) Un universo genial. Así aprendí a ser y estar en un tiempo en el que todo acto tenía consecuencia directa con el siguiente, revelado – baño de paro – fijador – lavado – secado. La línea temporal tenía una dirección marcada y existía algo llamado duración.
Actualmente habitamos la fragmentación del tiempo y su discontinuidad, un estado incierto que provoca algunas ansiedades. El tiempo, su duración se ha quebrado y han desaparecido los intervalos.
Como artista y docente trabajo en la recuperación de esa duración a la hora de aprender, crear y conectar con lo que quiero decir. Mi militancia va por ese camino. Recuperar la duración personal y los intervalos necesarios para la construcción de nuestra narrativa, una sintaxis de tiempo que de cuenta de nuestra historia.
Pronto se cumplirán dos años desde que publiqué Gualok, un fotolibro en el que investigo la figura de mi madre y su muerte -que ocurrió cuando yo era niña-.
Para este proyecto fui realizando diferentes acciones que, en un comienzo pudieron parecer inconexas entre sí, pero que igual permití que opere el propio tiempo de las cosas y me dejé conducir por los procesos internos de reflexión tanto personal como estética.
Puede provocar ansiedad mantener el mundo privado y/o íntimo en ese mismo lugar, lo sé, pero es un buen método para que una cosa se desarrolle y conlleve a otra desconocida o poco esperada.
La fotografía analógica conserva ese espíritu, además del fetichismo que hoy pueda generar, nos predispone a la sorpresa y no hay otra mejor compañera para la creatividad.
Creo en esta duración como modo de articular serenamente los actos creativos y si bien no puedo huir de la fragmentación y la atomización reinante sé que es posible elegir cuando estar en una y en otra.
Gualok me ha dado la satisfacción de colocar una nueva mirada a mi propia historia y funcionó como motor para abrir puertas que de otro modo no hubiera sabido cómo.
Por eso mismo creo que la fotografía analógica puede transformase en un conocimiento nuevo, porque no se trata de volver al pasado sino de reinventar un presente con herramientas y recursos de otros tiempos.
Podemos utilizarla para educar una mirada más crítica, más consciente, entendiendo que en el acto de fotografiar estamos involucrando nuestras historias y nuestras creencias dentro de una relación subjetiva con el entorno, es decir estamos construyendo una narrativa que tiene su propia duración y nos pertenece.
Parte del desafío es vivir el tiempo analógico sin necesidad de utilizar una cámara analógica. Se trata de un estado de ser que reside dentro nuestro y no fuera, no le pertenece a la cámara.
Dentro de un mundo que nos demanda inmediatez y nuestra atención, nos reclama nuestro tiempo personal y nos empuja a una exhibición casi constante, trabajar en este proyecto ha sido una isla en el tiempo, donde me sentí a gusto y protegida por mi propio ritmo sin tener la mirada colocada en el afuera ni en las expectativas. Una mini revolución personal que puedo ver en perspectiva.
Finalmente, la materialidad de todo eso es este fotolibro que reúne autorretratos ficcionados, un diario de viaje y fotografías de las calles por donde caminamos -en tiempos y soledades diferentes- mi madre y yo.
Podéis comprar Gualok en La Fábrica, y seguir a Lucila Bodelón en Instagram.