Fotografía analógica y redes sociales

¿Son Flickr, Instagram, Twitter, o cualquier otra plataforma de redes sociales, el lugar ideal para compartir nuestra afición a la fotografía analógica?

El otro día escuché a un colega fotógrafo, decir que hacer foto analógica para las redes sociales “es como escribir una carta de puño y letra, luego escanearla y enviarla por e-mail”. Me quedé pensando si eso tendría algún sentido, o si acaso el disfrute de escribir la carta a mano, aunque luego se digitalice, no es ya suficiente motivación romántica y meditativa para hacerlo. Pasa lo mismo con la fotografía analógica, y con nuestros negativos químicos. Entonces me pregunto: ¿Qué deberíamos hacer con nuestras fotos analógicas? Y en caso de digitalizar, ¿qué hacer después con ese archivo digital? ¿Dónde y cómo mostrar esa imagen? ¿La foto es una foto realmente si no la comparto en redes? ¿La foto se puede considerar realmente una imagen acabada si nadie la ve?

Bueno, estas son preguntas que me surgieron en las últimas semanas, preguntas que no son nuevas, y que seguramente todos los que nos dedicamos a esto nos hicimos en algún momento. Y debo confesar, que coincide, además, con un proceso personal de "des-digitalización" que vengo intentando llevar a cabo desde hace un tiempo.

Me gustaría aclarar que, en estas líneas, no intento buscar respuestas a estas preguntas, sino más bien exponerlas para pensar entre todas posibles soluciones, que serán seguramente infinitas, y aplicables a cada caso particular.

Es tanta, pero tanta, la cantidad de imágenes que me ofrece mi teléfono móvil, que siento que mi cerebro no llega a procesar y ni siquiera a recordar ninguna de ellas. Recuerdo la sensación de haber puesto decenas de “me gusta” a fotos que no me tome más de un segundo en analizarla.

Entonces me pregunto: ¿Qué valor tiene ese “me gusta” para mí? ¿Qué valor tiene para la persona que compartió esa imagen?

Quizás, si es un o una friki analógica como nosotros/as, le llevó semanas, dinero y mucho tiempo producir esa imagen, la subió ilusionada de compartir su resultado y espera ansiosa/o la respuesta de su comunidad. Todo para que yo, sentado en el metro, un poco dormido, escuchando la radio y llegando tarde al curro, le deslice un pulgar hacia arriba con el mismo interés y compromiso que pasó mi tarjeta de metro por el molinete cada mañana.

¿Es eso justo? ¿Debería ser justo? ¿Las redes están para impartir justicia artística o poética? Quizás la respuesta es no a todo. Entonces, ¿para qué sirven? ¿Para qué sirve “publicar” nuestro material en redes? ¿Es el mejor final para un ciclo virtuoso que incluye haber escogido una cámara que nos gusta, un carrete especial para esa sesión, buscar el lugar, el sujeto, medir la luz, tomar cuidadosamente la foto, esperar pacientemente a revelar el carrete, digitalizarlo y retocarlo? ¿O deberíamos ser más exigentes con esa última etapa del proceso, la publicación? ¿Es justo este final efímero de reel o story para esa imagen, y para nosotros mismos como artistas, o simples aficionados?

Honestamente, no tengo una respuesta para todos, pero sí creo tener una para mi caso personal y particular, y siento que la respuesta es no. No es justo. Haberle dedicado tanto cariño, tiempo y cuidado a la generación de una imagen, que para mí tiene algún valor, y que de una u otra manera representa una parte de mí. Que luego sea tan “maltratada”, “mal vista”, igual que como yo “mal veo” el trabajo de otros, sentado en el metro en una pantalla de colores dudosos y tamaño insultante, con un nulo compromiso como veedor. La verdad es que me parece un final triste e injusto para tanto esfuerzo.

Quizás para algunos ese no es el “fin” de esa imagen, sino el comienzo de la misma, y quizás estoy cargando de un excesivo romanticismo a una simple imagen, pero qué somos, ante todo, los que amamos la fotografía química, sino románticos empedernidos.

Y empecé a pensar que las cosas buenas necesitan tiempo, como la buena fotografía, la pintura, o la maduración de una fruta en el árbol. Llevan tiempo y están llenas de paciencia, expectativa, y dedicación. Todo lo contrario a lo inmediato que nos ofrecen las redes, que por inmediatas también se vuelven vacías de dedicación y expectativa, y sobre todo de paciencia y contemplación. Da la impresión de que ya no hay tiempo para la contemplación. Y el vacío nunca nos puede llenar, solo nos reconforta por un momento, pero siento que nos deja una sensación de más vacío.

Quizás, el fondo de la cuestión está en esa dopamina veloz que sueltan en todos nosotros los corazoncitos rojos. Que provienen posiblemente de mi madre, una tía, un compañero de trabajo que nunca iría a una muestra mía, ni mucho menos compraría un fotolibro. Y algún que otro colega fotógrafo/a que, sentado en el metro, o en el váter, me ha regalado un like en mi foto, posiblemente con el mismo compromiso y atención que le dedica a tomar una foto familiar con su smartphone. Y empecé a pensar que quizá era esa mini dosis diaria de dopamina la que hacía que yo no pudiera pensar en un proyecto más grande con mis fotos, y verlas como un verdadero cuerpo fotográfico, y no una simple imagen suelta para colgar en redes. Parecía que mi “sed” de publicación ya estaba saciada con esas gotitas en forma de “me gustas” en mi móvil, y eso empezó a hacerme ruido.

Entonces, me pregunto, ¿qué quiero yo de la foto? ¿Qué espero de ella? ¿Qué me atrae del proceso químico?

Bueno, en principio, su lentitud, su lenta maduración, su necesidad de reflexión, técnica y repetición, la búsqueda de acercarme a la perfección, sabiendo que no existe tal cosa, que la imperfección y lo que no podemos controlar al cien por cien es lo atractivo de este proceso, la sorpresa, la incertidumbre. Abrazar un proceso que se acerca más a lo “natural” de la vida, donde las cosas buenas y bellas, tardan y además nunca son “perfectas”. Y aun así las amamos y las valoramos.

Entonces, ¿volveré a Instagram, Flickr o Twitter? ¿Seguiré buscando mi voz en las imágenes de otros? ¿Seguiré aumentando mi ansiedad, esperando un “me gusta” de mi tía o mi vecino? ¿Voy a seguir escuchando esa voz que me dice que si no publico rápido y constantemente algo en redes, es porque realmente no estoy haciendo fotos, o al menos no estoy haciendo lo suficiente? ¿Voy a seguir sintiendo que si no lo hago, me quedo atrás en esta carrera sin sentido? ¿Mi pasión por la foto analógica puede ser medida con esos parámetros de “éxito” y producción de las redes virtuales?

¿O quizás es momento de empezar a cuidar todo el proceso de mis fotos, incluso ese último, la publicación, quizás el más importante, y decidir mejor el cómo, cuándo, y en qué formato voy a mostrar mi material? ¿Y a quiénes? Y, de paso, usar ese tiempo fuera de las redes, para leer más a los autores que me gustan, ver más foto libros, revisitar a los grandes maestros, escuchar buena música, ir al cine. Buscar inspiración en museos, muestras, galerías, conciertos, paseos por la ciudad y charlas con colegas. Sentir que todo eso está madurando en mí, para convertirse un día en un verdadero proyecto fotográfico, que seguramente lleve meses, quizás años, dudas, frustración, que involucrará a otros y otras que ayuden y aporten. Que tocará escribir, editar, probar y volver a probar hasta que finalmente “nazca” un trabajo, que será chico, grande, humilde, imperfecto, amateur, profesional o lo que sea. Pero seguro será menos efímero que un post veloz en una red virtual, y más representativo de mí y mi trabajo. Y sobre todo, más real. Porque las cosas buenas, como en la naturaleza, en la vida, o en el arte, llevan tiempo. Así que, salud por eso, y a disfrutar de la fotografía química y los procesos lentos.

Fernando Bruno

Soy argentino, músico de profesión y fotógrafo aficionado desde hace más de veinte años. Los últimos años realizo mi trabajo fotográfico casi exclusivamente en analógico. Publico mis trabajos en mi página personal, donde también escribo un blog sobre fotografía y mi proceso creativo.

https://ferbrunofer.wixsite.com/photos
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