Cristóbal Hara (IV): Mataría por haber hecho esta foto
El jefe no tiene tiempo que perder con el ganado. Y el pastor alemán cruzado con caniche lo sabe. En la foto se entiende la divisa que dicta las relaciones entre pastor y las bestias. La faz seria del dueño, el palillo, el brazo poderoso. El perro vive debajo. En su sitio.
Dos ovejas miran desde el fondo, en esa escena venteril con fuerte ascendencia quijotesca. ¿Quieren decir lo mismo que dice la mirada del perro? Se podría resumir en: “Esto es así”.
El corralón con muros de piedras es amplio. Y tiene trienios. No sería de extrañar que fueran siglos. La piedra localiza geográficamente la escena, seguro que el norte de España. Mecerreyes, dice la leyenda del final de “Vanitas”. Eso está en Burgos.
Pero hay más. Lo más importante de esto es reconocerse a uno mismo dentro de ese corral. Dar fe de que eso es así y fue así. Y además la foto es emocionante. La cara del perro es muy expresiva: me genera mucha risa, una carcajada sólo encontrarme con ella, porque me imagino que sólo me está diciendo que le gustaría atenderme, pero hay otras obligaciones que se lo impiden.
Es una obra maestra compositiva y sociológica. Es una foto que vale un libro; por la expresión del perro, por el gesto y pose demostrativa de poder del pastor, por la mirada de las ovejas, por la composición perfecta, con ese perro en movimiento que recuerda a los efectos en escorzo de los maestros antiguos como Tintoretto, forzadores enfáticos de la perspectiva, por recoger la quintaesencia de la vida rural española en una fracción de segundo o por, en fin, la mezcla y suma de todo.
No me resisto a terminar copiando una cita de Ignacio González, el editor de “Vanitas”, recogida de la introducción del libro:
Amén.