Hassel sale de paseo: ‘Diane Arbus’, de Patricia Bosworth
Hassel sale de paseo es un tributo a mi amigo y maestro Norberto López, fundador de Dinasa Elche. Hassel se llamaba el perrito que lo acompañaba siempre en el taller de reparación. Pequeño, suave y tranquilo. Un Platero perruno. Muchas veces, cuando hablaba por teléfono con él, me decía que tenía que sacar a Hassel de paseo. Y me hacía mucha gracia.
Es un extracto revelador. ¿Qué era lo que movía a Diane Arbus? ¿Cuáles eran sus motivaciones? Eso es irrelevante. Avedon sabía que Viva, la modelo, había cometido un craso error al dejarse fotografiar por Diane.
Pero ¿qué demonios es lo que tuvo la comunidad judía del siglo XX? ¿Cómo es posible que salieran tantas mentes privilegiadas capaces de ver las cosas de otra forma? Si digo que su padre fue un empresario textil de éxito en Manhattan, que se crió en el Nueva York de primera mitad de siglo, que tuvo una vida cómoda típicamente americana, y que fue una oveja negra en la familia, y que tomó el camino de la fotografía para hacer historia. ¿Cómo sabremos si se trata de Avedon o de Diane Arbus? Los dos eran judíos, dos intelectuales del asfalto más, que emprenden su viaje creativo partiendo de unas circunstancias bastante similares, para convertirse en grandes del siglo XX.
La mala cabeza de Arbus creo que tiene que figurar en el centro de las pesquisas para sondear su vida. Una mente singular, visible y apreciable desde su adolescencia como mínimo, que le dicta los temas a elegir, que la lleva a salirse del regazo familiar muy pronto, tan pronto como pudo, para casarse con Allan Arbus, para rechazar por sistema ayuda familiar (y eso que eran ricos), renegar de la fidelidad marital, renegar del maquillaje… Para desarrollar esa sensibilidad que Bosworth, la biógrafa, llama sensibilidad por los monstruos.
Patricia Bosworth fue una periodista que desempeñó cargos directivos en Woman’s Day y en Harper’s Bazaar. Ha trufado una biografía, fantásticamente editada por Lumen, de estilo periodístico y alejada de toda formalidad academicista, plagada de testimonios de antiguos amigos y familiares de Arbus. ¿Quién sabe el rigor que aplicó, el tamiz por el que pasó las numerosas anécdotas que cuenta en el libro?
En el enfoque de Bosworth presiden el candor, el cuadro agradable, nunca áspero: La biógrafa entiende que Arbus era un ser delicado e intenta ser lo más piadosa que puede con ella.
A mí me parece que Arbus tuvo un sentimiento de culpabilidad toda su vida que intentó purgar de diversas formas; yendo cargada de cámaras (según cuenta Bosworth, si no llevaba a cuestas un buen montón no se sentía bien, ni pensaba que iba a hacer buenas fotos), renunciando a pedir ayuda económica a sus padres, fotografiando su colección de seres extraños, trabajando compulsivamente. Esto último sobre todo en los 10 años finales de su vida, cuando pudo dedicarse más a fondo a la fotografía que le interesaba.
Dentro de la extensa obra, 597 páginas, además de la de Arbus, hay otra biografía, como pasa con la biografía no autorizada de Avedon escrita por la que fuera sus asistenta durante décadas, Norma Stevens: la biografía del Nueva York de los años 50 y 60, el ir y venir de los genios fotográficos que por allí pasaron, entre revistas glamourosas (Vogue y Harper’s, las señeras), y las fricciones entre el cambio de ciclo entre la fotografía humanistas y la ola nueva, donde se encuadra Arbus. La droga, las corrientes de Warhol y el hippismo.
Es Nueva York. Y hace tiempo que acabó la Segunda Guerra Mundial. Ya se puede comenzar a salir del solemnismo, del respeto acrítico a lo establecido. Soplan otros aires. La gente deja atrás los años del miedo Macarthista, y el humanismo fotográfico pierde fuerza. Incluso los hippies son capaces de ir a la cárcel antes que ir a la guerra de Vietnam. Y la comunidad negra aprieta en su lucha por la igualdad.
Aquí está Arbus, absorviendo ese ambiente y respondiendo con la fotografía, compulsivamente.
Hay, en el texto, multitud de fiestas, reuniones, que despiertan en cualquier aficionado a la fotografía esa nostalgia fantástica; fantástica por que no es más que imaginación, pensar en la posibilidad de haber estado allí presente: cuando Arbus se iba con Meyerowitz a hacer fotos, cuando almuerza con Avedon, cuando comparte opiniones con Robert Frank, o cuando visita la Fábrica, el psicodélico loft de Andy Warhol.
¿Qué nos queda, a qué podemos aspirar? A textos como este de Bosworth, para imaginar nuevos escenarios al contemplar las fotos de Diane Arbus.
Y, finalmente, su mala cabeza. Su mala cabeza, que la despeñó. Y se fue.
Diane Arbus fotografiada por Saul Leiter