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Exposición retrospectiva de Lee Friedlander


Ciudad: Gijón / Xixón

Provincia: Asturias

País: España

Horario: De lunes a viernes, de 17.30 a 20.30 h. Sábados, de 12 a 14 y de 17.30 a 20.30 h.
Domingos y festivos de apertura de 12 a 14 h.

Lugar: Centro de Cultura Antiguo Instituto | Sala 2 (Calle Jovellanos, 21 33201. Gijón / Xixón)

Web: Ayuntamiento de Gijón

Instagram: Ayuntamiento de Gijón

Teléfono: 985 18 11 05

La Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular del Ayuntamiento de Gijón/Xixón y Fundación MAPFRE presentan la exposición “Lee Friedlander ”, uno de los más influyentes fotógrafos norteamericanos del siglo XX .  La exposición, que permanecerá abierta hasta el 23 de enero en la Sala 2 del Centro de Cultura Antiguo Instituto, está comisariada por Carlos Gollonet. 

Lee Friedlander (1934, Aberdeen, Washington), es uno de los fotógrafos más influyentes de nuestro tiempo y uno de los maestros de la fotografía norteamericana del siglo XX. Infatigable cronista de su propio mundo y de su entorno, su sofisticada e innovadora fotografía muestra aspectos inesperados o comunes de la vida cotidiana.

Fotografiando a diario desde hace más de setenta años, Friedlander ha reflejado la enormidad y el caos de la sociedad norteamericana, creando un lenguaje cargado de metáforas visuales que rompen los medios de representación tradicionales. En el año 2005 el MoMA de Nueva York presentó una gran exposición retrospectiva sobre su obra, y ese mismo año fue galardonado con Premio Hasselblad, considerado el “nobel” de fotografía.

La Exposición de Fundación MAPFRE, bajo el comisariado de Carlos Gollonet, y que ha podido verse en Madrid, Barcelona, Berlín y Salamanca, presenta un recorrido completo por su extensa obra, haciendo hincapié en proyectos concretos como American Monuments y mostrando esas asociaciones temáticas que agrupan sus fotografías a lo largo de seis décadas de trabajo: retratos, autorretratos, fotografías familiares, naturaleza, calle…

Reconstruir la heterogénea obra de Lee Friedlander supone sumergirnos en un mundo cargado de elementos cotidianos y reconocibles pero que, tras una segunda reflexión, adquieren un significado distinto, más completo. Considerado uno de los artistas fundamentales del siglo xx y tras más de sesenta años fotografiando a diario, continúa renovando su lenguaje. En esa búsqueda de metáforas visuales de difícil comprensión, pese a su aparente cotidianidad, su mirada crítica, ha reflejado, aun con unos propósitos estrictamente formales, la enormidad y el caos de la sociedad americana.

El artista nació en Aberdeen, en el estado de Washington el 14 de Julio de 1934 y comenzó a fotografiar durante sus años de instituto. Tras graduarse, viajó hasta California para estudiar en el Art Center School of Design de Los Ángeles. Desencantado con las clases, asistió en cambio a las del pintor y fotógrafo Alexander Kaminski, que se convertirá en amigo y mentor. En 1956, se establece en la ciudad de Nueva York, donde trabaja para distintas revistas como Esquire, Holiday o Sports Illustrated. Además, realiza por encargo, retratos de algunos de los músicos de jazz más importantes de la escena norteamericana para portadas de discos de vinilo. Paralelamente, desarrolla su obra de forma independiente, en un momento en el que la fotografía todavía no había adquirido su estatus definitivo como expresión artística.

En 1962, con tan solo veintiocho años, Friedlander había alcanzado la madurez como fotógrafo; tal y como mostró en su primera exposición colectiva en el MoMA de Nueva York, celebrada entre mayo y agosto de 1964, The Photographer´s Eye. Poco antes le habían pedido que hiciera una declaración sobre su obra y él señaló que el objeto de su trabajo era “el paisaje social americano”. A pesar de esta definición, no hay que olvidar que los nuevos documentalistas están sobre todo interesados en conocer más sobre sí mismos y sobre los hechos visuales de su entorno que en los problemas sociales que preocupaban a sus antecesores.

En 1966 participó en la George Eastman House de Rochester en Toward a Social Landscape, junto a Bruce Davison y Garry Winogrand y al año siguiente, en la modesta, pero emblemática muestra New Documents, organizada por John Szarkowski, también en el MoMA de Nueva York. En ella, Lee Friedlander estaba acompañado por Garry Winogrand y Diane Arbus. La exposición los reunió por sus innovaciones formales y conceptuales y por sus diferencias con los fotógrafos documentalistas anteriores.

En su obra, Friedlander contrarresta los ideales de la práctica moderna mirando hacia la cultura popular en busca de inspiración, de forma parecida a como lo hacía el arte pop, rompiendo así los medios de representación tradicionales. Para ello incorpora un repertorio banal, crea argumentos visuales confusos y sacude al espectador con un sentido de la ironía derivado de yuxtaposiciones de objetos e ideas aparentemente inconexas que contrasta con la seriedad de los antiguos profesionales.

La exposición

La exposición Lee Friedlander que presenta Fundación MAPFRE y la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular del Ayuntamiento de Gijón/Xixón en la Sala 2 del Cenrtro de Cultura Antiguo Instituto hace un recorrido cronológico completo por su extensísima obra. Un trabajo que casi siempre agrupa en series, conjuntos de fotografías que desarrolla a lo largo de varios años. En la exposición se subraya la importancia de estos proyectos, que, con frecuencia, se concretan en libros, otra de sus pasiones: The Little Screens, The American Monument o America by Car son sólo algunos de ellos. Pero también se muestran asociaciones temáticas o estilísticas que agrupan cerca de trescientas cincuenta fotografías entre retratos, autorretratos, fotografías familiares, naturaleza, paisaje urbano, etc. Entre estas se incluyen diecisiete pertenecientes a las Colecciones Fundación MAPFRE, además de otros materiales - como vinilos de jazz y alrededor de cincuenta publicaciones-. Todo ello nos acerca a la compleja obra de uno de los más influyentes fotógrafos norteamericanos del siglo XX.

Años sesenta

En la década de los sesenta, Friedlander irrumpía en el pequeño panorama de la fotografía artística como un torbellino de ingenio y novedad. Había tomado nota de las innovaciones formales y conceptuales aportadas por fotógrafos como Walker Evans y Robert Frank, pero este joven artista culminaría el camino emprendido por la generación anterior para romper con los modelos tradicionales de representación e interpretación de la realidad, contribuyendo con ello a renovar nuestra visión del mundo.

Durante esta década, para él extraordinariamente creativa y productiva, Friedlander empezó a poner las bases de una obra monumental que supuso una renovación reflexiva de las funciones de la fotografía, subvirtiendo las prácticas dominantes. Un claro ejemplo son sus autorretratos, en los que hay una clara ruptura con la tradición, de forma que el propio sentido del género se ve trastocado. Si en algunos de los primeros trabajos vemos una extraña densidad marcada por la fuerza de los negros y el contraste tonal, junto a un encuadre más convencional que reafirma la presencia de los objetos en sobrios escenarios —como en las ingeniosas Little Screens—, con esa ambigüedad, humor y yuxtaposición de ideas que lo sitúa en la órbita de los dadaístas o los surrealistas, en las fotografías de calle empezamos a descubrir ese universo fragmentado y reconstruido en la imagen fotográfica donde cada elemento mantiene su identidad y lucha por ser reconocido: escaparates, reflejos, cortes, obstáculos... Un paisaje vernáculo complejo, impersonal, a veces caótico, que le aproxima más al movimiento pop.​

Friedlander se mantiene en esta época gracias a los encargos que le llegan de las revistas ilustradas, pero empieza al mismo tiempo a reunir un amplio conjunto de fotografías «personales» que lo alejan del mundo repetitivo de la fotografía comercial; casi todos los temas que le ocuparán en las décadas siguientes van surgiendo, así, en paralelo y le sirven como herramienta para investigar las posibilidades del medio fotográfico.​

En 1963 tiene su primera exposición individual en la George Eastman House de Rochester, Nueva York. A lo largo del año siguiente, y gracias a una beca Guggenheim, viaja por Europa con la familia; algunas de las fotografías que tomó entonces en España se presentan aquí por primera vez. Su participación en exposiciones individuales y colectivas es ya muy importante en estos años; baste recordar las cruciales Toward a Social Landscape, también celebrada en la GEH de Rochester en 1966, y New Documents, donde su obra se exhibió junto a la de Diane Arbus y Garry Winogrand en el MoMA de Nueva York en 1967.​

Años setenta y ochenta

Con una sorprendente solidez, Friedlander empezaba ya en la década de los setenta a sentar las bases de lo que iba a ser su obra, desplegando al mismo tiempo la mayoría de las estrategias que irá desarrollando a lo largo de su dilatada carrera. La complejidad, riqueza y contradicciones del mundo contemporáneo los encuentra sintetizados en el paisaje social norteamericano. La popular cámara Leica de 35 mm, que le permite captar los temas casi con la agilidad de su propia mirada, será la aliada perfecta para crear un paisaje original que no deja de ser el mismo que contemplaban otros fotógrafos o nosotros mismos, pero sus fotografías no son las que haríamos. En sus imágenes, el mundo cobra la naturalidad que le es propia, pero ello nos causa extrañeza precisamente por la libertad con que el fotógrafo lo enmarca, devolviéndonos un mundo distinto al que estamos habituados a ver «codificado» en la obra de arte. Su intervención es mínima; mantiene un máximo respeto hacia lo que ve. La novedad no está solo en los temas elegidos, sino también en la forma de describirlos, no sometida a los cánones tradicionales de lo bello y armonioso, y sí volcada en dar un poderoso sentido formal al desorden del paisaje, a veces desolado, lleno de elementos disruptivos como los tendidos eléctricos, las señales de tráfico o de publicidad.​

El fuerte contraste tonal de las imágenes de la década anterior se relaja en esta época; lo que era más denso es ahora más ligero. Todo es más legible en la escala de grises; una descripción más fluida en la que la presencia del fotógrafo pasa desapercibida. Sus obsesiones siguen progresando, junto a otras nuevas que conviven con las anteriores; no dejamos de encontrar efectos de collages, cortes y obstáculos, aunque percibimos mayor flexibilidad y una nueva amplitud en la descripción de los motivos. Lo vemos en The American Monument, una de las series más importantes de su trabajo, como también de la fotografía del siglo xx, donde encontramos diversos e inesperados puntos de vista, encuadres sorprendentes para abordar el tema, con más información de la que podríamos imaginar relevante. El volumen nacido de esta serie, publicado en 1976, es, sin duda, uno de los grandes libros de la fotografía del siglo xx.​

Friedlander es un maestro del oficio, y en estas décadas va refinando su técnica en el cuarto oscuro y explotando las posibilidades de su cámara hasta límites a los que solo él ha llegado. En estos momentos se va centrando cada vez más en su obra personal y responde solo a encargos interesantes, como los que le llevaron al proyecto Factory Valleys, el primero de los numerosos libros que dedicó al tema de los trabajadores norteamericanos. Sus exposiciones, becas y reconocimientos empiezan a ser incontables y su abierta pasión por los libros queda manifiesta en la creación de la editorial Haywire Press, donde publicó alguno de sus primeros volúmenes, como Self Portrait, en 1970, o Flowers and Trees, en 1981.​

Años noventa y dos mil 

Tras más de tres décadas de uso de la Leica de 35 mm, en los años noventa Friedlander se reinventa con una nueva cámara que va a ser su leal compañera en adelante, una Hasselblad Superwide, con un negativo cuatro veces mayor que el de la anterior y una extraordinaria óptica de Zeiss que le cautivó. Encontramos los mismos temas junto a uno nuevo que será el desencadenante de este cambio, el paisaje natural. Comenzó a trabajar de manera intensa en el desierto de Sonora, en Arizona, a principios de los años noventa y, al intentar captar en profundidad la complejidad de ese intrincado lugar bajo una luz cegadora, comprobó las limitaciones de la Leica. Cuando completó este proyecto, The Desert Seen (1996), decidió seguir empleando esa nueva cámara que traduce de forma extraordinariamente fiel las cosas tanto en primer plano como en la distancia.

El paisaje social norteamericano ha sido el tema central de la fotografía de Friedlander y lo sigue siendo en estas últimas décadas; incluso somos más conscientes de ello ante las series que encontramos en este capítulo de la exposición, como las conocidas America by Car o Sticks and Stones: una actualización de ese paisaje que es también una recopilación de las obsesiones que comparte con nosotros desde hace tantos años: espacio natural, monu­mentos, reclamos publicitarios, vallas metálicas, retratos, autorretratos… Un entorno siempre cambiante y cada vez más atractivo para la Superwide en manos de Friedlander, que es capaz de sacar partido tanto de esos paisajes abrumadores de los parques nacionales estadounidenses como de los escenarios desolados que se encuentran a lo largo del país: aparcamientos, restaurantes de carretera, edificios modestos o rascacielos..., incluso los remolques de los pickup pueden ser un interesante depósito de objetos diversos donde meter las narices. Todo está ahí, delante de nosotros, con la misma densidad y presencia, gracias a su magistral encuadre y a la voracidad de su cámara. También los retratos adquieren una corporeidad casi escultórica ante esta nueva mirada.​

La fotografía de Friedlander es, así, un profundo medidor de ese paisaje social de su país, de su identidad a veces extravagante. Lo continúa siendo en su trabajo más actual, fruto de la misma mirada inteligente y con capacidad de sorprenderse y sorprender con cada nueva imagen, enriqueciendo nuestra visión del mundo. Como comenta Nicholas Nixon en las páginas del catálogo de esta muestra: «Cuando entornas los ojos para ver una de sus imágenes, las formas, los espacios y la energía gene­ral parecen inevitables, equilibrados pero llenos de fuerza, y a menudo de alegría. Todo en sus encuadres importa. La forma eleva el tema hacia el significado».


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