Hassel sale de paseo: ‘Ante el dolor de los demás’, de Susan Sontag
Hassel sale de paseo es un tributo a mi amigo y maestro Norberto López, fundador de Dinasa Elche. Hassel se llamaba el perrito que lo acompañaba siempre en el taller de reparación. Pequeño, suave y tranquilo. Un Platero perruno. Muchas veces, cuando hablaba por teléfono con él, me decía que tenía que sacar a Hassel de paseo. Y me hacía mucha gracia.
Es domingo por la mañana. En cualquier salón de una familia de clase media. En cualquier país occidental. Un hombre acaba de llegar de la calle. Ha comprado el periódico y prepara un café. Lo abre y se encuentra con un reportaje plagado de fotografías que muestran escenas de barbarie humana. ¿Qué se le puede o se le debe pedir a este hombre? ¿Y a la foto? ¿Cuál es su misión? ¿Cómo hay que reaccionar?
La tesis principal del genial opúsculo de Sontag es que ni a una ni a otro, fotografía y público, se le debe pedir más de la cuenta. Y esto, ¿por qué? “En un mundo en el que la fotografía está al ilustre servicio de la manipulación consumista, no hay efecto que la fotografía de una escena lúgubre pueda dar por sentado” (pos 785).
Su gusto es exquisito, pero sus versos rígidos (Horacio, Sátiras I, IV.8)
No es el caso de Sontag: ha escrito un texto plagado de rincones y recovecos magistrales, de belleza per se, por amor a la fotografía y al pensamiento. Su estilo es el mismo que el de los ensayos que recogió en Sobre la fotografía. Es una mezcla entre acercamiento academicista y artículo periodístico. El resultado es rigor fácilmente digerible, legible. Escribía muy bien esta mujer. Parece mentira que haya podido tocar tantas teclas en un texto tan corto.
Todo acercamiento académico comienza siempre con analizar los antecedentes, lo que ha ocurrido hasta el mismo momento en que se está escribiendo el texto. Goya puede ser, en su opinión, un buen punto de partida. Para Sontag, Los desastres de la guerra llevan al público al horror. “El efecto acumulador es devastador” (pos 429). En otro momento dice: “El arte de Goya, como el de Dostoievski, parece un punto de inflexión en la historia de la aflicción y los sentimientos morales: es tan profundo como original y exigente” (pos 459). De ahí, salta ya a los fotógrafos: Fenton, Beato (con la impresionante fotografía que hizo en Lucknow del Palacio Sikandarbagh destripado por los bombardeos), Gardner y sus fotos de la guerra de Secesión Americana, la Segunda Guerra Mundial, Bosnia, las torres gemelas o Irak…
Una vez contextualizado el tema, comienza a sacar punta a cuestiones en torno a este hecho, el de la fotografía que muestra el dolor de los demás.
¿Qué ocurre si esas fotos son preparadas o trucadas?
Las de Gardner, por ejemplo, lo eran. ¿La del miliciano de Capa lo es?
Claro, ¿pierden su efecto, si tenemos en cuenta que las personas pensamos en la fotografía como “un género de alquimia, por cuanto se las valora como relato transparente de la realidad”? Muchas de las grandes fotos de la Segunda Guerra Mundial fueron trucadas, y eso “nos consterna: Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor y de la muerte, y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se encuentren con la guardia baja“ (pos 542). Y contesta con esta reflexión magistral, genial: “Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas las pruebas históricas”. (pos 567).
¿Qué ocurre si una foto que muestra el horror puro es bella?
En general, Sontag cree que en este tipo de fotos la gente quiere el peso del testimonio sin la mácula del arte (pos 262). Algunos pensarán que no es lo más correcto… “sin embargo, lo espectacular es una parte sustantiva de las narraciones religiosas mediante las cuales se ha entendido el sufrimiento a lo largo de casi toda la historia de Occidente” (pos 792). Es decir, ¡siempre ha sido así!: “El embellecimiento es una clásica operación de la cámara y tiende a depurar la respuesta moral ante lo mostrado. El afeamiento, mostrar de algo su peor aspecto, es una función más moderna: didáctica, incita una respuesta activa” (pos 805).
Para Sontag, es interesante examinar cómo ha ido evolucionando la censura de las fotos de horror. De la misma forma, traza un somero camino histórico por la guerras del siglo XX, para detenerse y analizar más tranquilamente el caso del atentado de las Torres Gemelas: “No exceder los límites del buen gusto fue la razón fundamental que se esgrimió para no mostrar ninguna de las horrendas fotos de los muertos hechas en el solar del World Trade Center durante los días inmediatos a los atentados del 11 de septiembre de 2001” (pos 675).
¿Qué tal si comparamos una foto luctuosa tomada en Myanmar con las de las Torres Gemelas? No se le pueden poner peros a Sontag cuando dice que cuánto más remoto o exótico el lugar, tanto más expuestos estamos a ver frontalmente y plenamente a los muertos (pos 704) “… Por lo general, los cuerpos gravemente heridos mostrados en las fotografías publicadas son de Asia y de África” (pos 718). “… Pues al otro, incluso cuando no es un enemigo, se le tiene por alguien que ha de ser visto, no alguien (como nosotros) que también ve” (pos 724). Esta frase es magistral, de marco: porque sintetiza en muy pocas palabras un sentir cultural que nació en Europa en el siglo XV como muy tarde, y que en las postrimerías del siglo XVIII, y desde entonces más, ha reinado sobre el razonamiento del ser humano occidental. Para mí, la lectura de esta frase es un momento feliz, un placer intelectual que justifica la lectura como práctica.
¿Nos acostumbramos a lo desagradable?
Por supuesto que Sontag cree que sí. En realidad, lo sabemos: te puedes acostumbrar a ese tipo de imágenes. En ocasiones, no queda otro remedio. Sin embargo, la brillante pensadora le da la vuelta a la tortilla: “Hay casos en los que la repetida exposición a lo que conmociona, entristece o consterna no agota la plena respuesta. Las representaciones de la Crucifixión no se vuelven fútiles para los creyentes, si en verdad son creyentes” (pos 818).
Siempre me fascina leer cómo un genio aborda el concepto de Historia. Sontag se pregunta: ¿En qué medida este tipo de fotos pueden condicionar nuestra comprensión de la Historia de un acontecimiento o ciclo concreto? Las atrocidades que no están guardadas en nuestra mente mediante imágenes fotográficas ampliamente conocidas, parecen más remotas” (pos 849). ”El conocimiento de determinadas fotografías erige nuestro sentido del presente y del pasado inmediato” (pos 849). “Las fotografías que todos reconocemos son en la actualidad parte constitutiva de lo que la sociedad ha elegido para reflexionar” (pos 853).
Y desplegando su virtuosismo con variaciones sobre el tema, llega a la parte de la Memoria.
Hace unos años leí con bastante curioridad el libro de su hijo, David Rieff, Contra la memoria. No sabía nada de la conexión que podía tener la tesis de Rieff con las ideas de su madre. Básicamente, la tesis que defiende Rieff, a saber, que para que una sociedad pueda avanzar, el olvido le beneficia, la deja caer su madre aquí. Por ejemplo, Sontag tiene claro a qué obedece ese empeño en promover la memoria colectiva: “En sentido estricto no existe lo que se llama memoria colectiva: es parte de la misma familia de nociones espurias, como la culpa colectiva. Pero sí hay instrucción colectiva. Toda memoria es individual, no puede reproducirse, y muere con cada persona. Lo que se denomina memoria colectiva no es un recuerdo sino una declaración: que esto es importante y que ésta es la historia de lo ocurrido, con las imágenes que encierran la historia en nuestra mente”. Sontag nos propone hacer un trueque: que olvidemos más y que, a cambio, reflexionemos más: “Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión”… “La historia ofrece señales contradictorias acerca del valor de la memoria en el curso mucho más largo de la historia colectiva. Y es que simplemente hay demasiada injusticia en el mundo. Y recordar demasiado (los agravios de antaño: serbios, irlandeses) nos amarga. Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada” (pos 1148).
En conclusión…
¿Qué hacemos entonces? Decía al principio de la reseña. ¿”Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan” (pos 1139) aunque solo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a la que se refieren, cumplen no obstante una función esencial. Las imágenes dicen: Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides.
¿Olvidamos?
¿No olvidamos?
El mundo es un lugar complejo.
A veces, incluso a los propios genios les pasa que lo único que pueden hacer es estar. Pero en ese estar se puede elegir, hacerlo con o sin valentía. Y Sontag está en el grupo de los primeros.
Todas las fotografías de Susan Sontag fueron tomadas por el fotógrafo Peter Hujar entre 1966 y 1975.