Ciudad: Barcelona
Horario: De Lunes a Viernes: 10:30h - 19h. Sábados: 11:30 - 14 h.
Lugar: àngels barcelona ( c/ Pintor Fortuny, 27 - 0800 Barcelona)
Web: àngels Barcelona
Teléfono: 93 412 54 00
email: info@angelsbarcelona.com
El jardín es un lugar de reencuentro con la naturaleza. El jardín de polvo es un lugar de reencuentro con la memoria. El polvo remite al tiempo y al abandono, al origen y al fin: todo nace del polvo, todo es devuelto al polvo. El polvo es un manto que desdibuja la visión y esfuma la memoria. Con Élevage de poussière (1920), Marcel Duchamp y Man Ray abrieron el camino para hacer del polvo sustancia poética y conceptual privilegiada.
El proyecto que se presenta en esta exposición está concebido como recorridos en vaivén por un jardín. En él, Joan Fontcuberta transita por las acciones inversas de descomponer en polvo y recomponer a partir del polvo. Se parte de lo orgánico en trance de desaparecer a lo artificial a punto de surgir. Dos corpus de imágenes articulan esos paseos.
El primero lo encontramos en la sala 1 de la galería, donde Fontcuberta exhuma documentos fotográficos malogrados que unos microorganismos han reducido a cultivos de moho y polvo para, a continuación, mediante un microscopio electrónico, “retratar” los microorganismos causantes de la degradación. Las imágenes que ahora son pasto de ese dramático deterioro eran originariamente majestuosos paisajes alpinos captados entre 1902 y 1904 por el príncipe Francesco Chigi Albani della Rovere, cuyo fondo se encuentra custodiado en los archivos nacionales italianos (ICCD), en los que trabajó como artista en residencia durante la pandemia.
En la sala 2, a modo de serie opuesta, aparecen otras representaciones de las formas naturales, paisajes exentos de memoria, sin historia, paisajes inexistentes surgidos del procesamiento generativo de unos algoritmos. Estos artificios visuales son la consecuencia de otro tipo de polvo: los repositorios gráficos infinitesimales, es decir, el descomunal contingente de imágenes ya existentes que el sistema de la I.A. canibaliza para poder dar luz a las nuevas imágenes.
Los trabajos de la sala 1 son los últimos vestigios de una fotografía-cosa, una fotografía que es objeto, que tiene una materialidad física, mientras que en la sala 2 encontramos una manifestación postfotográfica, una fotografía-no cosa, desmaterializada, que se ha desprendido del cuerpo y que es puro código, que ya no nace de una cámara sino de los cálculos de un supercomputador. Las técnicas de generación gráfica computerizada ocupan cada vez más centralidad en nuestra cultura visual. Una cultura visual que viene definida por el concepto de iconofagia. Nos encontramos en una era en la que devoramos imágenes y las imágenes nos devoran, y lo más significativo: las imágenes se devoran entre sí. Aquí unos hongos microscópicos devoran esas fotografías antiguas en un lento proceso biológico. Podríamos interpretar tras esa acción metabólica que unos organismos se comen la memoria contenida en los documentos fotográficos. Lo que hacen los algoritmos es una acción inversa: engullen masas ingentes de imágenes para extraer y digerir su memoria y aplicarla a producir nueva información.
Todas las imágenes que se presentan evocan la naturaleza, particularmente la botánica, en distintos grados. De los hongos reales invisibles en las placas de Francesco Chigi, saltamos al sotobosque poblado de unas setas imaginarias, pero insultantemente convincentes, que tal vez nos predisponen al viaje lisérgico de la naturaleza virtual. Si la flor característica de los Alpes es la flor edelweiss, la I.A. es capaz de replicar sus delicadas formas introduciendo alteraciones “genéticas”.
Los resultados son hibridaciones extrañas que rezuman la belleza terrible del surrealismo. ¿Son estos los sueños de una máquina “inteligente”? ¿Hasta qué punto aún podemos controlarlos y darles sentido? En los vestigios de las fotografías descompuestas aún reconocemos abetos y montañas “de verdad” que fueron el punto de partida de árboles y plantas de ficción que simbólicamente los remplazan. Asistimos, en definitiva, a la transición de la vetusta alquimia arcana por la reciente alquimia algorítmica.