Historia de una Instamatic

De pequeño, me resultaban fascinantes los cacharros mecánicos que encontraba por los cajones de casa. Los iba acumulando desordenadamente por mi cuarto, lo que sacaba de quicio a mi madre. Con este texto, pretendo relataros la historia de uno de estos cacharros.

Para contar esta historia, vamos a empezar por el principio. Nos vamos hasta el año 1973, con una niña que vivía en un pueblo de la provincia de Sevilla, en la zona de la campiña, ya pegando a la Subbética. Tenía 13 años y a su colegio llegó la convocatoria para un concurso de redacciones organizado por Coca Cola. Los participantes podían elegir entre dos temas, el primero, “El mundo de los animales” y el segundo, “La fotografía y su arte”. Casi de manera premonitoria, nuestra protagonista eligió este segundo tema. Más que una premonición, fue pura estrategia, ella sabía que más personas de la clase iban a escribir sobre los animales, así que con este segundo tema tendría más oportunidades de ganar. Y parece ser que funcionó.

Eso y que la redacción estaba muy bien escrita, claro. Quedó entre las tres mejores de la clase, lo que le permitía participar en el concurso provincial que se realizaría en Sevilla. Os dejo por aquí la redacción que, dada la temática del blog y que llevo un buen rato sin hablar de fotografía, os puede gustar.

La historia continúa en Sevilla con el paso a la fase provincial del concurso. En esta fase del concurso, se podía optar a premios más suculentos, el primero era un viaje por la península, junto con el derecho a participar en el concurso nacional, el segundo una maquina de escribir, y el tercero, una colección de libros. La verdad es que el primer y el segundo premio le gustaban poco, preferiría mil veces competir por el tercero. Esta vez, ya sea por un fallo en la estrategia o por una falta de suerte, quedó quinta, una posición nada desdeñable dada la enorme participación en el concurso.

Además, para los participantes que quedaban del cuarto al décimo puesto también se había reservado un premio. Aquí es donde entra en juego la segunda protagonista de nuestra historia: una flamante cámara Kodak Instamatic 133.

La Kodak Instamatic 133 fue una de las cámaras más populares de la época, monta un objetivo de plástico de 43 mm, dispara con un diafragma fijo de f11 y puedes cambiar entre un velocidad de obturación de 1/80 o 1/40. Esta cámara cargaba cartuchos de 126, obteniéndose un negativo de 26mm por 26mm.

Esta fue la primera cámara que entró en su casa. Con ella fotografió a toda la familia, se la llevó a los viajes escolares, a los días que pasaba en la playa con las amigas. Durante años, fue la cámara de la familia, una herramienta con la que documentar lo que pasaba a su alrededor.

En esta época, para poder revelar sus fotos tenía que enviar el carrete por correo postal a un laboratorio de Barcelona. Le respondían con una carta a contrareembolso que contenía sus fotos y un carrete nuevo de regalo.

Con el paso de los años, dejaron de usar esta cámara. Otra, posiblemente de 35mm, entró en la casa y, poco a poco, fue sustituyendo a la Instamatic, que finalmente quedó relegada al cajón de una cómoda, donde no volvió a ver la luz del sol, ni a catar carrete durante años.

La niña que escribió esas redacciones, pasó a ser adulta, a ser maestra y a ser madre. Aquí es donde yo entro en esta historia. A mi hermana y a mí nos encantaba pasar los fines de semana en casa de mi abuela. Uno de esos fines de semana, rebuscando en los cajones de la casa, di con la Instamatic. Quedé fascinado con ese misterioso ingenio mecánico.

Por aquel entonces, ya había usado cámaras de 35mm. De hecho, mi padre había sido fotógrafo y teníamos acceso a sus cámaras desde pequeños en casa, pero, en el caso de la Instamatic, no entendía cómo funcionaba sin pilas, ni por qué llevaba ese pedazo de cartucho en lugar de un carrete “normal”. En definitiva, se convirtió en uno de los grandes misterios de mi infancia.

Ahora vamos a dar otro salto temporal, hasta hoy día. Había tenido épocas en las que me había interesado más y épocas en las que me había interesado menos, o nada, por la fotografía, aunque siempre digital. Un día, hablando con un colega, me comentó que se seguían vendiendo carretes. Como comenté antes, mi padre fue fotógrafo, así que tomé prestada su Olympus Om10 y me pillé un par de Kodak Gold. El resultado: quedé absolutamente enganchado (a la fotografía analógica). Quizás por la emoción de ver cómo funcionaban esos cacharros que me fascinaban de pequeño.

Esto me llevó a que un día, en mi antigua habitación de casa de mis padres, divisé la Kodak Instamatic y me puse manos a la obra para intentar resolver ese misterio que me había acompañado desde pequeño. ¿Esa cámara, cómo funciona? Y, más importante todavía, ¿podía hacer fotos con ella?

Una vez descubrí que ese cartucho que cargaba era una carrete de 126, y con una rápida búsqueda en Google, encontré cómo podía cargar un carrete de 35mm en ese cartucho. Os dejo el enlace a un artículo de Lomography donde lo explica perfectamente.

Tuve la suerte de que la cámara conservaba un cartucho de 126 en su interior. Cargué un carrete de Ilford HP5, ISO 400, y salí a pasear por Ourense, que es la ciudad donde resido actualmente. Revelé con Rodinal a 1+25 y aquí os dejo algunos de los resultados.

Se ven las perforaciones de la película en uno de los lados, porque el tamaño del negativo que se obtenía en los cartuchos de 126 es ligeramente más grande en un 35mm. El objetivo de plástico da un resultado muy “lomográfico”, además algunas de las fotos se superpusieron entre ellas. En el foro de Disparafilm me recomendaron que dejara pasar una foto entre disparo y disparo para evitar que pasara esto, así que lo tendré en cuenta para el futuro.

El objetivo aquí no era tanto la calidad fotográfica, sino experimentar ese placer que se produce al ver funcionar una de las quimeras mecánicas de mi infancia.

Además, escribir este artículo me ha proporcionado una excusa para pasar una tarde rebuscando en las cajas de fotos antiguas con mi madre, la niña de las redacciones, viajando con ella a esa época y escuchando comentarios como “no recordaba que la pared del molino estuviera así” o “mira tu abuela, qué guapa estaba”.

Esta es nuestra historia con la Kodak Instamatic, estoy deseando leer vuestro comentarios sobre las cámaras que documentaron la historia de vuestras familias.

Juan Martín Pérez

Curioso por naturaleza, de los que les gusta buscar en las entrañas mecánicas y no mecánicas de las cosas.

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